La participación política femenina en México durante la primera mitad del siglo XX.

 

Mireya Martínez Gobea*

ukasikaneni@gmail.com

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Si bien la participación política femenina en México ha tenido presencia importante desde el siglo XIX, sus mayores logros se han concretado principalmente durante el siglo XX a través del reconocimiento como ciudadanas y el derecho al voto femenino. En este sentido, parte nodal de estas líneas es la de reconocer la ardua trayectoria por la disputa del poder político que en la mayoría de las ocasiones ha sido considerado espacio primordialmente de varones a través de la construcción del “IdearioTesticulario”[1].

Bajo este tenor, se parte del condicionamiento histórico que han tenido las mujeres para permanecer sólo en espacios privados que las excluyeron de la vida pública, sin ser partícipe de los procesos laborales, educativos y políticos a través de la construcción cultural remitiéndola a espacios privados los cuales fueron reforzados a través de instituciones como la familia y la religión que acentuaron los roles asimétricos entre hombres y mujeres. Si bien ambas instituciones han cambiado a través del tiempo, una de las permanencias es la de vigilar y castigar el comportamiento femenino ajustándose a las necesidades de cada institución sin considerar la posibilidad de establecer relaciones democráticas entre cada uno de sus integrantes y sin tomar en cuenta las necesidades de las mujeres que habitan el grupo social.

Evitando caer en ahistoricismos, se aclara que cada uno de los procesos históricos en los que las mujeres participaron respondieron a demandas espacio- territoriales concretas, las cuales condujeron de maneras distintas a mujeres que levantaron la voz ante lo que consideraron como injusto o que de alguna manera vieron afectado el desarrollo de su vida cotidiana. Cabe señalar que con base en la construcción de la historia oficial, las mujeres referidas figuraron sólo de manera “satelital” en función de algún personaje histórico ensalzado por sus hazañas heroicas sin reconocer en la justa medida la trayectoria política femenina como sujetos histórico- sociales.En este sentido, habría que preguntarse desde el punto de vista ideológico, ¿Cómo concibió el Estado a la mujer? ¿De qué manera la integró a la sociedad? ¿Qué roles le impuso? ¿Cuáles fueron las formas de participación política que concretaron las mujeres? ¿Qué les significó socialmente a las mujeres ser partícipes en la esfera política?

Antes de continuar con el desarrollo de este texto, es importante aclarar que el feminismo mexicano de la primera mitad de siglo, en palabras de Gabriela Cano tuvo como propósito central, considerar “la participación de las mujeres en la vida política del país con los mismos derechos y obligaciones que los hombres”[2] en este contexto, la igualdad jurídica ha sido el motivo central de los movimientos feministas en México así como también lograr colocarse en puestos de elección popular que les permita dar a conocer la problemática de forma más concreta y real a la que se enfrentan las mujeres y superar las barreras excluyentes que el Estado construye a través de la legislación.

En esta dinámica, investigadoras como Gabriela Cano han contribuido y analizado el papel de la trayectoria política femenina. Tal es el caso de la organización política “Las Hijas de Cuauhtémoc” cuya petición central fue la no reelección y la exigencia para ejercer el voto femenino. Su aparición en la escena política se generó en la coyuntura del movimiento revolucionario, el cual también permitió que otra de las organizaciones llamada “Las Amigas del Pueblo” manifestara su exigencia por el derecho al sufragio femenino.     Posteriormente, otra activista política llamada Hermila Galindo apareció en la escena política, la cual también peleó por la igualdad ciudadana. Con base en las aportaciones de Cano se conoce parte de la participación política de Hermila Galindo. Dicha activista argumentó con mayor solidez los derechos políticos de las mujeres a través del liberalismo político, bajo este tenor, la activista peleó por la igualdad educativa, laboral, social y sexual entre hombres y mujeres. También enfatizó en que la aplicación de las leyes fuera equitativa. Reiteró que el derecho al sufragio era una necesidad de las mujeres como medio de defensa para intereses específicos (como sujetos histórico- sociales) ya que en varias ocasiones la forma de observar el femenino distaba del masculino. Se manifestó contra la manera de construir la diferencia social a partir del punto de vista biológico y propuso la consideración social y política como elementos importantes en la construcción de las diferencias entre hombres y mujeres. Ante ello, Hermila Galindo destacó como uno de los valores femeninos la “supremacía moral ” para obtener el sufragio, ya que lo veía como forma eficaz de lucha contra el alcoholismo, la prostitución, la criminalidad de niños y jóvenes, la pornografía, la higiene, la salud pública, (de los obreros), la escuela,  ( y ) el mercado.

Es importante señalar que la solicitud de Hermila Galindo la hizo llegar al Congreso de 1917  enfatizando en los sentimientos “altruistas de las mujeres”, por la “capacidad de servir grandes causas y defender altos ideales con tanto o mayor entusiasmo que los hombres”[3]. Sin embargo la exclusión política de las mujeres se hizo efectiva por la desigualdad legislativa, considerando que el tema no era relevante.

Uno de los argumentos para la exclusión fue que las mujeres carecían de “condiciones necesarias para ejercer satisfactoriamente del derechos políticos”, aunque la comisión constituyente reconocía que había “mujeres excepcionales” para ellos no significaba que todas las demás tuvieran la capacidad de ejercer ese derecho. En esa dinámica, algunos de los hombres de esa época eran analfabetas lo que no ameritó la restricción del sufragio. Lo que nos deja ver en esta dinámica asimétrica es que tampoco los hombres tenían la formación cívica necesaria para poder votar y sin embargo la dinámica política les permitió el derecho al sufragio.

En este sentido, una de las causas principales para no permitir el voto femenino fue el gran sentido religioso que tenían las mujeres y por ello los grupos en el poder estaban temerosos de que la participación política femenina volcara su apoyo en las urnas a la iglesia y su postura conservadora venciera al liberalismo. Otro argumento era el espacio al que estaban recluídas las mujeres, en este caso al espacio privado y según la Comisión de Puntos Constitucionales la única manera que tuvieron las mujeres de tener contacto con la vida política era a través de los padres, maridos y hermanos[4]. En esta construcción de identidad política sólo a través de los varones de la familia a la que pertenecían las mujeres, ellas, no eran consideradas como ciudadanas. Sin embargo, la lucha de Hermila Galindo continuó sin conseguir el reconocimiento necesario para que se aprobara el voto femenino.

Hacia los años veinte, la dinámica política cambio y algunos de los estados de la República en los que sí hubo reconocimiento fueron en Yucatán, durante el gobierno de Felipe Carrillo Puerto quien le permitió a las mujeres ser participes en elecciones municipales y estatales. Sin embargo al reconocer a algunas mujeres, éstas tuvieron que ceder nuevamente los espacios que habían ganado por el asesinato de Carrillo Puerto en 1924[5]  Otro de los estados en los que se permitió la participación política femenina fue en Chiapas con la condición de que las mujeres que fueran partícipes supieran leer y escribir, cabe señalar que entre  1924 y 1926 el espacio político permaneció activo, posteriormente el derecho al sufragio femenino, nuevamente se suspendió.

Cabe señalar que la batalla iniciada por Elvia Carrillo Puerto, no fue dejada en el olvido, ella continuó en su lucha hasta obtener apoyo en el estado de San Luis Potosí y hacia 1926 propuso que se reformara el artículo 34 Constitucional. No fue sino hasta 1929 cuando el Partido Nacional Revolucionario (P.N.R.) consideró “ayudar y estimular paulatinamente el acceso de la mujer mexicana a actividades de la vida cívica”[6] . Sin embargo un representante de la oposición, José Vasconcelos si ofreció en su campaña política el sufragio femenino y con gran éxito obtuvo apoyo, sin embargo ante la Campaña de Ortíz Rubio y la maquinaria estatal la propuesta de éxito, se vino abajo.

Hacia los años treinta, al celebrarse el Primer Congreso Nacional de Obreras y Campesinas en 1931 y con la participación del Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM) en 1935 el cual tuvo gran éxito al representar una gran confederación de partidos mayoritariamente formados por mujeres, cuya lucha principal era obtener la ciudadanía y el sufragio femenino.  Con la participación política de las mujeres el FUPDM, en los estados de Guanajuato y Puebla consiguieron hacer efectivo el voto femenino en elecciones municipales y estatales. Mientras que hasta 1936 el PNR permitió la participación femenina sólo a las mujeres que pertenecieran a su partido. En cuanto al pliego petitorio, Gabriela Cano señala que el caso Veracruzano es muy representativo, ya que las demandas giraban en torno a la petición de rebajas en los artículos de primera necesidad, escala móvil de salarios, dotación de agua potable, instalación de casas de maternidad, guarderías, parques infantiles y seguros para los trabajadores del mar. Sus candidatas fueron María Tinoco y Enriqueta Limión de Pulgarón, sin embargo, no les fue reconocido el triunfo porque el voto a la mujer no estaba reconocido.

Cabe señalar que las peticiones del FUPDM no sólo era por el voto sino por la igualdad económica y social de las mujeres. La dinámica para hacer presencia política la consiguió a través de una de las candidatas de mayor peso político, la michoacana Cuca García, maestra rural comunista la cual participó en el distrito electoral de Uruapan, Michoacán. Mientras que para la zona de Guanajuato, Soledad Orozco, contendió por León, en Guanajuato. Ambas candidatas nuevamente quedaron fuera de la dinámica política porque el partido oficial, no les reconoció el triunfo.

La reacción ante tal anulación de reconocimiento político produjo que Cuca rompiera vínculos con el partido oficial y se lazara como candidata independiente por el  FUPDM,  con ello, logró cohesionar a nivel nacional a los grupos de mujeres de sectores sociales distintos entre los que destacaron mujeres obreras, campesinas, de clase media. Cano explica que el triunfo fue rotundo y que la correspondencia la hicieron llegar al presidente Cárdenas, el cual prometió que gestionaría ante el Congreso la petición de reconocimiento al sufragio femenino para poder ajustar los artículos 34 y 35. Pero nuevamente el gobierno ante el peligro que significó que el voto femenino se cargara hacia la oposición una vez que el candidato Juan Andrew Almazán inició su campaña política con el Partido Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN), nuevamente se congeló la iniciativa de ley y no se obtuvo el sufragio femenino sino hasta el 17 de  octubre de 1953.

  Ante esta dinámica tan compleja en la que el voto femenino se consigue hasta la segunda mitad del siglo XX, Carlos Monsiváis es muy puntual al señalar que

El presidente Adolfo Ruíz Cortínes le concede el voto femenino a las féminas, así como lo oye, él le concede el voto a las féminas porque, como dicen entonces los señores columnistas, traductores simultáneos del Sistema, las buenas relaciones con la iglesia católica hacen ya innecesaria la alarma sobre la cesión del voto femenino a los curas. Las mujeres votarán por el PRI, que garantiza la estabilidad de la carestía y además, como son la mitad de la  población habrá que darles algunos derechos formales para que no digan. Al principio, el voto es un apoyo psicológico que desea reducir el efecto maligno de “era mujer y sin embargo pensaba”, pero no se extienden mucho más sus beneficios. Está bien que las mujeres voten, ¿Pero a quién se le ocurrirá votar por una mujer?

Sin lugar a dudas, el fragmento recopilado por Monsiváis es un claro ejemplo de la capacidad en muchos ámbitos que tienen las mujeres, que los espacios equitativos cada vez deben ser más amplios y que las relaciones democráticas deben ser efectivas. Sin embargo, el monopolio político como lo llama Monsiváis es una lucha constante y la dinámica familiar, económica, política, social y cultural por fortuna se sigue reconfigurando, lo que nos obliga a ser más conscientes de nuestros derechos como ciudadanas y como parte integral de la sociedad a la que pertenecemos, asumirnos como sujetos históricos, con expectativas concretas y objetivos que puedan asegurar que tenemos mayores aspiraciones para concretar realizaciones personales en distintos ámbitos, tales como escolares, laborales, políticos, culturales, sociales y afectivos. Nos provoca a pelear por espacios cada vez más libres de prejuicios y a hacer conciencia en sectores sociales diversos para promover nuevos espacios que permitan la reconfiguración de la vida en términos de igualdad y relaciones equitativas.

* Esta licenciada en Historia por la ENAH, INAH, SEP, grado que obtuvo por su trabajo titulado “El papel del aparato de control del Estado en los procesos electorales y en los movimientos políticos en Michoacán 1934-1940.”   En el 2008 fue becaria en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), y ha impartido los cursos Historia Social de México I y II en la ENAH. Además ha colaborado en diversos proyectos de catalogación y descripción en archivos históricos como la Sociedad Hipotecaria Federal (SHF)


[1] Término señalado por Carlos Monsiváis que expresa la construcción ideológica en la jerga política para señalar que la política es la técnica de obtención del poder que precisa de la astucia, del coraje moral que elimina los escrúpulos, de la disponibilidad que es asunto de hombres, del valor (…) Véase: Revista Debate Feminista, “El deseo de poder y el poder del deseo”, año 2, vol. 4, sept. 1991., pp.3- 12.

[2] Cano, Gabriela, “Las feministas en campaña: La primera mitad del siglo XX”, en: Revista: Debate Feminista, El deseo de poder y del poder del deseo. Año 2, Vol. 4, septiembre 1991, pp. 269- 292.

[3] Ídem, P. 275.

[4] Ídem, p. 279.

[5] Las mujeres que refiero son Elvia Carrillo Puerto, Raquel Dzib y Beatríz Peniche de Ponce.

[6] Ibídem, p. 283,

Categorías: Mujeres

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