“La cárcel del Recuerdo”

“La cárcel del Recuerdo”

“Espero que estas letras cambien su perspectiva  sobre los músicos cuando asistan a comer a este tipo de lugares, vean más allá de las apariencias, conozcan que las condiciones en que laboran los músicos no son diferentes a las de otras profesiones u oficios.” 

Farid Alvarez

Desde hace varios años he trabajado en el campo de la música. Algunas veces con ganancias que me han hecho vivir decentemente y otras en las que no he perdido la decencia, pero si el poder vivir holgadamente. En alguna de esas ocasiones en las que pasaba por una mala racha, tuve la oportunidad de ingresar a laborar como músico en uno de los restaurantes con mayor tradición e historia en la Ciudad de México: “La Fonda del Recuerdo”. Este restaurante fue fundado en 1957 por la familia Lara, en particular por el señor X. Desde esos ayeres, uno de los servicios que da el restaurante es el de música en vivo. Música que el cliente paga y lo que en el argot musical se llama el Kirie.  La fórmula del kirie funciona de la siguiente manera: el o los comensales piden canciones a los músicos y éstos, tocan las piezas que el cliente pida, el pago se hace por el total de piezas tocas alrededor de su mesa.
Como decía, hace algunos años tuve la fortuna de trabajar ahí, digo fortuna porque conocí el teje y maneje de los músicos en ese lugar, del que por cierto, fui despedido meses después por haberme opuesto a las políticas y malos tratos de parte del dueño y los gerentes del lugar. Este texto es una pequeña historia acerca de diferentes vivencias que tuve en “La Fonda del Recuerdo”.

Ingresé a trabajar ahí en el mes de mayo de 2010, una persona que conocí por medio de las redes sociales fue el que me invito a trabajar en una de las agrupaciones de música mexicana que laboraba desde un año antes en el restaurante. Cuando me presentó con el gerente para avisarle que me integraba a su agrupación musical, el  gerente, un hombre de unos 40 años, me observó de pies a cabeza, me escaneó y duramente se dirigió a mi compañero músico y le dijo: “tiene el cabello largo, así no puede trabajar aquí, ya te he dicho que está prohibido que tengan el cabello largo”, a lo que mi compañero contestó que yo estaba dispuesto a cortármelo. De principio de cuentas esto pareciera ser algo sin importancia, pero mi pregunta es: ¿hay diferencia en mi calidad como músico si traigo o no el cabello largo? Después de este incidente comenzó mi andar por ese restaurante, no explicaré aquí mi peregrinaje por conseguir y comprar un traje de charro ni mi proceso de adaptación a este incómodo vestuario.
En la Fonda del Recuerdo trabajaban en ese tiempo tres grupos musicales, dos del mal llamado género denominado “chinacos” y un grupo de son jarocho. Las primeras indicaciones que me hicieron fueron varias, primero era obligatorio darme de alta en el Sindicato Único de Trabajadores de la Música (SUTM) que como sabemos es miembro de la Confederación de Trabajadores de México y abiertamente priista, basta recordar que en las elecciones locales de 2012, el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que compitió por la jefatura delegacional de Coyoacán fue Armando Báez Pinal, actualmente Secretario General del SUTM. Una de las cosas que más me llamó la atención fue que los músicos que laboran en ese lugar firmaban recibos de pago, eso a primera vista sería lo justo, lo raro e inusual es que solo se firmaban esos recibos, pero nunca se recibía dinero alguno de dichos recibos.
Después de varias semanas de estar ahí comencé a ver cuál era realmente la forma de trabajo de este lugar. En cuestiones operativas, el horario de trabajo variaba de acuerdo a cómo los gerentes organizaban el horario semanal para coordinar a las 3 agrupaciones. Tenías que ser puntual y presentarte con el gerente en el horario que te tocaba, si no era así, tenías que pagar una multa por llegar tarde. Otra cosa que era sumamente incómoda era el hecho de que no podías salir del restaurante si no lo autorizaba alguno de los gerentes y si aquellos hombres no les caías bien, seguro no te daban autorización. Al final de tu día laboral, tenías que reportar cuántas canciones habías tocado y pagar por cada una de ellas, ellos argumentaban que con eso se pagaban los derechos de autor, otros en cambio,  aseguraban que ese dinero iba a parar a los bolsillos de los gerentes. Estaba prohibido ingresar con teléfonos celulares, computadoras o cualquier dispositivo de ese tipo, en la entrada un hombre de seguridad revisaba tus cosas para saber que no llevabas nada de lo mencionado.
El restaurante contaba con comedor para los trabajadores, la comida costaba 10 pesos. En el tiempo que yo estuve sucedió algo en ese rubro: con el argumento de que los músicos éramos los más sucios al comer, se instauró la política de limpieza por parte de nosotros del comedor de trabajadores. Surgieron quejas pero al final algunos músicos por miedo a perder su empleo accedieron a esa orden, la respuesta era simple, si te contratan para tocar, ¿por qué obligarte a limpiar?
Sin duda la relación entre los músicos y los empresarios restauranteros es y ha sido difícil, el hecho es que como gremio no podemos permitir que este tipo de cosas pasen. En la Fonda del Recuerdo trabajan hoy en día varios músicos de edad madura, músicos que no tendrían oportunidad de trabajar en otros lugares, eso provoca que exista una especie de conformismo y de resignación ante las políticas que el restaurante tiene hacia los trabajadores de la música. Ni el SUTM ni ninguna otra organización luchan por proteger los derechos laborales y humanos de los músicos, ante esto muchos músicos optan por asumir y el silencio es constante, nadie se queja y así todos piensan que lo que pasa es normal, pero no es así.  La relación músico – empresario debe ser justa, la Fonda del Recuerdo es uno de tantos restaurantes que funcionan de esa manera, muchos músicos hablan infinidad de cosas negativas sobre ese lugar, incluso en el gremio se le ha bautizado como “La Cárcel del Recuerdo”, muchos se quejan pero al final, cuando no tienen trabajo fuera de dicho restaurante, regresan y asumen con normalidad lo que ahí pasa, como dije anteriormente, no tienen otra opción.
Para concluir, lo que viví me sirvió de aprendizaje en mi carrera musical, me enseñó que la dignidad no se cambia por unos pesos, aprendí que hacer música  es algo que no cualquiera puede y mucho menos apostarle a dedicarse a esta profesión. Espero que estas letras cambien su perspectiva  sobre los músicos cuando asistan a comer a este tipo de lugares, vean más allá de las apariencias, conozcan que las condiciones en que laboran los músicos no son diferentes a las de otras profesiones u oficios.

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